La musicalidad invade el alma de colores rojos intensos pero de una transparencia desconcertante. Se trata de una especie de purificación abstracta que no acabo de comprender pero que de alguna forma intenta hacerme flotar. El peso del tiempo, de los sentimientos y emociones escondidas.

El lugar del desamor y de la pérdida de esperanza. El universo inmerso en la era del vacío, de la mente vacía, del cuerpo inerte que no responde ya a ningún otro estimulo que no sean los hachazos de un psicópata con demasiados problemas infantiles. Descubro y pienso. Saturación por la sensación de frustración y de incomprensión hacia mi misma. La mente había sido olvidada en el desván abandonado. Las notas resuenan en la cabeza. Pero él sabe qué es lo que ocurre. Que le está sucediendo a mí ser y eso es lo único que me tranquiliza. Esa ansiedad que sale de la nada galopa por un instante. Se desvanece. Lentamente. Pero como si de un muerto viviente se tratase resurge de la nada para posarse en mí de forma exasperante
El arte de ser uno mismo. Demasiado complicado. Asimilar un personaje, llevarlo a cabo, mentir, escapar, huir, charlatanear sin decir nada. Fácil sin más. Pero cuantos son ellos. Cuantos son capaces de verse a si mismos. Cuantos.
Los nubarrones negros de la indignación revolotean por los alrededores de mi carne y de mis huesos. Soy capaz de verlos y muchos creerán que estoy loca. No importa, ya no. El pecho duele como si de un piano aporreado se tratase. Las piezas de ajedrez caen todas rendidas y las reinas se meten cocaína. Las gotas comienzan a caer del techo, son pedazos de espejos rotos, puntiagudos, que hacen daño como agujas en los ojos.
Y ahora la vejez. La vejez ya es impensable cuando sabes que no va a llegar mientras disimulas con tranquilidad que todo sigue su curso. Pero no entiendo entonces porque las lágrimas aparecen y desaparecen. Sabes que aceptaste el trato, sabes que no hay lucha de por medio porque la batalla ya está ganada. Sin embargo no puedes controlarlo todo. Y duele. Y luchas. Aunque todo esté perdido, luchas.
La cama me llama. No tiene nombre porque no he querido adecuarla a mí de forma tan sumamente posesiva pero ella me ha secado los ojos, ha escuchado mis plegarias y mis deseos ocultos destinados a la nada. Me caigo. Sufro de estupidez humana y como tal no la puedo ignorar. Te llamo. Te quiero. Es curioso saber que en la distancia has estado siempre tan cerca. Y esto no tiene sentido hacerlo pero extrañamente me siento mejor. Es curioso que ya no tenga ansias por meterme bajo las sabanas y no salir jamás. Es evidente que todavía me invade algún que otro deseo pero nada similar a la sensación anterior. No se puede negar lo evidente. Me marcharía contigo en una burbuja gigante en la que estuviéramos los dos sin nada que nos pudiera alcanzar.
Te descubro y te adoro. Te descubro y no me deja indiferente. Te descubro y todavía te amo más.
En la garganta un nudo. En los ojos agua. En las manos temblor. En el pecho dolor. En mi mente fotogramas que ni yo misma acabo de comprender. Una silla solitaria, un nubarrón negro, unos pies descalzos, tus caricias, tu vida, yo.

Descuidando mis zapatos comienzo a caminar. La lluvia moja mis pies y no es desagradable. El frío no congela porque tiene forma de calidoscopio y aunque no entiendo muy bien la relación entre una cosa y la otra simplemente es así. El sonido del grito viene al pisar sobre tu futuro incierto, aquel que anhelas pero no sabes si conseguirás jamás. Futuro claro. Futuro borroso.
Ahora reivindico el derecho de dormir con quien quieres en el momento que quieres, el derecho de chasquear los dedos y aparecer en un lugar completamente distinto a lo ya conocido. Con voces diferentes, calles inimaginables, olores exóticos, ambiente intenso.
La conclusión es siempre la misma. Creo en ti. Creo en mi. Pero no creo en el mundo que me rodea. Tal vez por que realmente lo desconozco, tal vez porque jamás me metí de lleno en él, tal vez porque por no conocer no conozco ni la luz de este cuarto aun bañado de ese color negro con algún toque grisáceo.
Sigue lloviendo y no entiendo esta nostalgia, este sin vivir de un día. Quiero salir. Salir de aquí. Volar a los países sin nombre. Marcharme a la ciudad de Ningún lugar. Seguro que allí todo sería menos complicado, más sencillo y adecuado.